domingo, 20 de enero de 2013

Cantos Piadosos. Capítulo 144 Rayuela. Julio Cortázar



En este texto de Julio Cortázarr, aparecen algunas palabras inventadas, el famoso lenguaje Gíglico inventado por el autor de Rayuela, Julio Cortazar*


Los perfumes, los himnos órficos, las algalias en primera y en segunda acepción... Aquí olés a sardónica. Aquí a crisoprasio. Aquí, esperá un poco, aquí es como perejil pero apenas, un pedacito perdido en una piel de gamuza. Aquí empezás a oler a vos misma. Qué raro, verdad, que una mujer no pueda olerse como la huele el hombre. Aquí exactamente. No te muevas, dejame. Olés a jalea real, a miel en un pote de tabaco, a algas aunque sea tópico decirlo. Hay tantas algas, la Maga olía a algas frescas, arrancadas al último vaivén del mar. A la ola misma. Ciertos días el olor a alga se mezclaba con una cadencia más espesa, entonces yo tenía que apelar a la perversidad  —pero era una perversidad palatina, entendé, un lujo de bulgaróctono, de senescal rodeado de obediencia nocturna—, para acercar los labios a los suyos, tocar con la lengua esa ligera llama rosa que titilaba rodeada de sombra, y después, como hago ahora con vos,
le iba apartando muy despacio los muslos, la tendía un poco de lado y la respiraba interminablemente, sintiendo cómo su mano, sin que yo se lo pidiera, empezaba a desgajarme de mí mismo como la llama empieza a arrancar sus topacios de un papel de diario arrugado. Entonces cesaban los perfumes, maravillosamente cesaban y todo era sabor, mordedura, jugos esenciales que corrían por la boca, la caída en esa sombra, the primeval darkness, el cubo de la rueda de los orígenes. Sí, en el instante de la animalidad más agachada, más cerca de la excreción y sus aparatos indescriptibles, ahí se dibujan las figuras iniciales y finales, ahí en la caverna viscosa de tus alivios cotidianos está temblando Aldebarán, saltan los genes y las constelaciones, todo se resume alfa y omega, coquille, cunt, concha, con, coño, milenio, Armagedón, terramicina, oh callate, no empecés allá arriba tus apariencias despreciables, tus fáciles espejos. Qué silencio tu piel, qué abismos donde ruedan dados de esmeralda, cínifes y fénices y cráteres...






*Julio Florencio Cortázar Descotte (Ixelles, 26 de agosto de 1914 – París, 12 de febrero de 1984)
Escritor, traductor e intelectual argentino nacido en Bélgica y nacionalizado francés.

martes, 8 de enero de 2013

Poema para el día antes de mi cumpleaños


A estas alturas de la vida, mi cuerpo es este incendio que arrastra sus pisadas, un brillar de cenizas en la tregua, una mano tendida para alcanzar el tiempo.

Y me escribo, me escribo hoy una carta o un poema que tanto da,  y me escribo entre tantas máscaras que incluso me atraganto al reconocerme entre los rostros, pero tengo el derecho de llamar la atención de mí mismo y sentir frío o miedo o ser simplemente carne que duda entre romper la piedra o abrillantarla hasta observar en ella mis advertidos gestos.  Y es que debajo de nosotros late la osadía, la osadía y el ansia por conocer a fondo la melodía propia, ese agotado olor de los dietarios que como un pájaro viejo alza su sinfonía y se adentra en la niebla, camino de una hilacha buscada en las alturas.

No se llega a los años con medida, las formas y los cursos no esconden las señales, ni el polvo de la tierra alza su júbilo en el aire, como lo haría un árbol que va abriendo sus ramas mientras crece. Las formas de la tarde desaparecen sin sonidos, y empezamos a contar lunas menguantes y veranos y tardes que se encogen,… Ligeramente alguna música tímida hasta llenar la cabeza de silencio, para ceder las ilusiones y apagar lentamente los ritmos y las campanas. Muchos años naciendo día tras día, llenando los bolsillos de desiertos y dando en cada paso el corazón;  pero no puedo hablar del corazón porque no lo comprendo, no entiendo que la vida sea causa perdida, ni puedo confiar en las banderas que ciegan a su paso tantos sueños.

Y me resisto día tras día y entro desesperado a los años, al paso de las tantas cosas que me quedan pendientes por hacer; siempre tuve las manos muy vacías y el corazón sobrado de arena para elevar castillos. En la vida he sido invisible y mudo,  a veces apasionado y sonoro. Hoy, pintado de azul en mi cintura, inventándome  cada día en los espejos, yo estaré tan enormemente extendido como un crujir de agujas transitando una aldea de árboles. Entonces, tal vez, pueda por fin decir, como en aquellos días en que cientos de ortigas huían de mi boca: -Señor, no tengo nada; tan sólo los distintos rostros que cada día parpadean en mí. -Nada, Señor, no tengo nada. -Duermo sin ti, Señor, como un animal que no encuentra hogar.

Mi vida, como la de todos, es una suma de sucesos. En algún momento, poco después de nacer, conocí el sudor y el aroma profundo del mundo. Más adelante conocí a una mujer que me acercó a la vida, su perfume de incienso y tiempos  infinitos son tesoros que guardo con apego.
 
Hoy, miro mis manos como si no fueran las mías, el gris me sigue pareciendo otoño, mis camisas no saben bailar un tango, y ya ven, me quedan tantas cosas por aprender…. Soy un autodidacta más, o eso creo, nunca en la vida tuve un manual para la tristeza, en cambio aprendí a reír solo, pero nunca fui capaz de aprender a juntar las manos y llorar con la cara tapada, tal como instruye Cortázar. En cambio si aprendí a tener miedo y a perder el horizonte de mis ojos.

Ahora entre las cosas que me quedan por aprender, auto aprender, me queda el mantener la boca cerrada, lavar mi ropa y recogerme el pelo, dormir con una sola almohada, no perderme en los paisajes, romper los calendarios y disputar en las rebajas más años de futuro para alcanzar a ver el juicio final pintando los ombligos del color de la aurora.

Hoy, ocho de enero, un día antes de mi cumpleaños, corre mi sangre intacta, sobre un naufragio anónimo, hacia la noche extraviada.

Un humano cualquiera. Fragmento
.