martes, 26 de mayo de 2009

Miraba a la noche, y no me facilitaba el regreso




Lo que el agua me ha dado

Voy de una ventana a otra, nada se mueve. Me sumerjo entonces en la bañera. El agua está caliente. Si, soy yo, es mi cuerpo, son mis manos, mi pubis todavía con restos de jabón. Soy yo. Me hundo más y más. Comprendo. A fuerza de tanto soñar, me inventé. En todo caso, esto pasó hace mucho.
Comienzo a sentir frío, pero no puedo moverme. Miro como desde afuera de mi cuerpo flotar en la bañera y tengo un instante la impresión, la certeza casi, de que hace mucho ya que estoy muerta
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Frida Kahlo


Un niño llega al mundo y se sorprende del color azul de su carne. Su cuerpo, pez resbaladizo, se abre al infinito como un viento en el recodo.
La ventana de aguas parpadea en su cara, vacilante a renunciar al primer hogar. Una multitud de nubes escurren sus extremidades por la mesura de un padre que tartamudea cogido a los fluidos y a la madre.

Sus brazos y sus pies gesticulan crispados, es humano, tan humano, humano, como Frida, cuando se inventaba flotando en el agua de las bañeras. Se desgaja del nexo el cordón; llora al saberse solo.

Ahora duerme tan frágil como la quebradiza turgencia de la rosa. Aún no conoce formas para romper geometrías. Todavía no cree en las cicatrices ni en las astillas que esconden los silencios.

Cuando despierte cinco mil veces dos veces, llegará al verde de las hojas y al gris de los mares de hielo. Alguna música rondará sus sienes. Y manos confortables le hablarán de la luz.

Pero muchas veces deseará ser piedra. Recordará que nació entre pilares que forjaron de humo las gargantas y sellaron un invierno en cada ceja. Un pastor, como un ruido clavado a la pared, guió sus pasos dejando las esperanzas sin aliento.

Ahora se promulgan de amarillo los perfumes. Un lázaro en la profundidad de las amapolas susurra apremios propagando sus efluvios, como un rumor que levanta de los veranos la luz desnuda, el trance y las canciones.

Un relámpago es un deseo urgente, un vuelo rasante al centro del pulso. Al seno matriz, a la horma. Un resurgir de mariposas aleteando bostezos, que de no creer en sí mismas, derrochan las emociones de una polilla a través de los escalones. Sin embargo, llegó el momento animal de cuidar de sí, de excluir a Eva de la costilla de Adán y buscar el propio nombre sin perder la sonrisa.

Este es el pájaro que miramos. Es diferente a las otras aves. Toma prestados de los pétalos sus colores. Es una carta que podemos leer. Un regalo manso.

Hay sueños que se rompen entre abrazos.

Miraba a la noche, y no me facilitaba el regreso.


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Imagen: Mother_Earth_by_digitumdei
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Adicto a Lyric Storm
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©Alonso de Molina
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"siete mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día"
J. Sabines

domingo, 3 de mayo de 2009

Mi ciudad, 1970 (relato 300 palabras)




Los días de julio eran pintarrojas al sol y olor a salmuera. El crepitar de los minutos levantaba el polvo de las calles y bajo la sombra de las palmeras sesteaban los perros y las pulgas. El silencio sólo era roto por la alarmante acústica del Pito de Oliveros, cuyo ulular anunciaba el final de las horas entregadas al trabajo; la legión de gente camino de sus casas animaba los medios días, mientras la barra del Cuco, en medio del parque, tentaba a los viandantes con sus vermut y tapas de aceitunas y jibia a la plancha.

Estancada en los días, su historia acusaba el calor asfixiante del levante y el pegajoso poniente. Era una ciudad en la inopia, los obreros, sin esperanza ni futuro, con gesto feligrés, subsistían con sus pensamientos erráticos, evaporados en el sopor de los veranos, con el viento en las piernas desnudas de la bahía, sin ambición ni hambre ni orgullo espaciaban la sal y la miga de su existencia.

La Alcazaba, con sus torres, descendiendo la calle de La Reina camino de la Escalinata Real. Los barrios de la Joya, Pescadería, la Chanca, San Antón,… dirigían sus holganzas a la arenica blanca de las playas lindantes.

Al filo del muelle, cada tarde decenas de ojos oteaban el horizonte con la “carná” prendida al anzuelo y la vista en la lejanía. A sus espaldas gritos, polvo, jóvenes jugando al fútbol bajo los tinglados del puerto, hasta que en la tarde-noche en el Jurelico o en el Moderno remataban el día con una de Tarzán o Clint Eastwood.

Pero no fui yo, quien disparó la raíz esculpiendo su futuro en holgura, esta infusión a gotas que atravesó mi savia donde las hojas registraron la sequía y el sol, prendió en el acento cálido de los nativos.


© Copyright 2008 Alonso de Molina

Imagen FICUS centenario, narrador de este texto, desde su ubicación privilegiada en el Parque Nicolás Salmerón, frente al puerto.