Yo soy el hombre olvidado. Suelo pasear cada
tarde cercano al curso de río Dniéper. Acostumbro a caminar desde la Estatua de
Berehynia, en la concurrida Plaza de la Independencia, hasta la Estatua de la
Madre Patria, no sin al paso, echar un rato de acomodo saboreando un café bien
cargado en un sugerente café-librería cercano al Monasterio de las Cuevas; y no
sé por qué razón eludo acercarme a la rivera a contemplar las aguas.
Mi cabeza es un círculo vicioso, un entramado
mental que no logra encontrar la salida para escapar de este frío mármol que me
enquista. Es cierto, mi memoria a veces me abandona llevo un número grabado en
el brazo izquierdo, justo debajo del tryzub tatuado, eso me recuerda quien soy.
Las tardes de primavera como esta que ahora
comienza es normal ver el deambular de la gente, los niños corriendo tal como
su condición de niño les dicta; los padres sentados leyendo o charlando entre
ellos, pero sin quitar un ojo de encima a la chiquillería. Apoyada en uno de
los carros de combate expuestos en la extensa explanada que da acceso al Museo
de la Gran Guerra Patria, una muchacha, demasiado flaca a mi parecer, jugueteaba
aburridamente con su rubia melena, enroscándose y desenroscándose el flequillo
alrededor del índice y medio de la mano derecha; muy cerca, animados grupos de
gente y en especial un chico bien parecido que se la estaba comiendo con los
ojos. En esa controversia, en este emblemático lugar donde se representa y
rememora el pasado violento de la raza humana y, en buena fe, se honra la
memoria de los miles de víctimas, como husmeando desde alguno de mis muchos abismos,
yo me preguntaba si de verdad han valido la pena los años vividos.
La flaca muchacha ahora está acompañada por otra
muchacha, algo mayor que ella y no tan flacucha. El chico bonito se me acercó a
que le invitara a un cigarrillo. A estas alturas de la tarde no viene mal una
charla con algún desconocido. Dando una calada al cigarrillo que había encendido
segundos antes de que el chico bonito se me aproximara, sin dejar de mirarle le
pregunté: ¿qué tal las chicas, son amigas tuyas? Respondió, al acabar una larga
exhalación llena de humo, que no las conocía; vi cómo mirabas a la flacucha, argumenté.
Es una forma de empezar a conocerla, dijo, mirarla y hacerle ver que la estoy
mirando.
Sonrió y me echó amigablemente el brazo por
encima del hombro. Yo me dejé hacer y nos encaminamos a conversar con las
chicas que seguían apoyadas en el mismo carro de combate. El chico bonito,
exhibiendo su mejor sonrisa y cierta maestría en romper el hielo, sin más
preámbulo y mirándolas directamente, espetó a ambas mujeres: vemos que habéis
conectado bien con los tanques; ¿y las relaciones humanas? ¿qué tal las lleváis?
Ellas rieron nerviosas, y yo mismo, mirándolas a la cara, me aventuré a decir,
¿qué tal si conectamos delante de una buena cerveza? Creo que mis palabras, tal
vez el enunciado “cerveza” obró el milagro. Ambas mujeres se apartaron del
artefacto bélico y tomándonos a cada uno de un brazo empezamos a caminar en
silencio alejándonos de la gran plaza y por ende de la monumental escultura
bélica.
Ni siquiera la luna resplandece como tu sonrisa, insinúo,
cerveza en mano, sin dejar de mirar fijamente a los ojos de la amiga de la
flacucha. Estuve en la guerra, afirma ella manteniéndome la mirada. ¿Qué tal un
poco de hachís para desinhibirnos? propone el chico bonito; estupendo, largó dando
saltitos la flacucha con manifiesta avidez. Yo también estuve en la guerra, respondo
a la amiga de la flacucha, porfiando con indisimulada lujuria y poniendo en su mano
mi mechero para que hiciera arder el hachís.
No habíamos aprendido nada en la vida, no sabíamos
fórmulas para crear vida, ni respetar las leyes de la naturaleza; menos aun las
que ponen orden y paz en el universo. No sabíamos nada y todo nos importaba un
comino. En la niñez todo es un cuento feliz donde nos avivan a formarnos, a
esforzarnos, a tener proyectos y plantearnos qué hacer para ser útil a nuestra sociedad,
pero nadie nos explica qué hacer para ser felices toda la vida.
Cierto, la vida es un teorema difícil de
resolver, somos memoria y olvido incapaces de aprender de las experiencias,
nadie nos ha preparado para entender ni afrontar la vida con garantías de éxito.
Todo lo que ven mis ojos cada tarde en mis paseos, son remembranzas de
batallas, de guerras, de supremacías del hombre sobre el hombre; la avidez del
hombre por controlar al hombre, por controlar las situaciones y por imponerse a
la naturaleza de las cosas no tiene límites; es parte de la sinrazón en que
vivimos, de nuestra imperfección. Estamos rodeados de falsedades e hipocresía,
cómo entender la guerra, cómo entender la supremacía de unos sobre otros, cómo
entender el mal, la falsedad. Para comprender la verdad es necesario
interpretar más allá de las palabras que se leen o se oyen.
Abramos nuestra mente, vivamos el momento
presente, persistí incapaz de contener mis lujuriosos deseos; le hubiera hecho
el amor a la vista de todos a la amiga de la flacucha, cuando todos los ojos se
posaron en los míos. En ese instante perdí su rostro, en la vidriera tampoco se
reflejaba el mío; un atisbo de desnudez colmó el angosto espacio que
compartíamos.
Al salir del bar nos topamos con una patrulla
militar en su ronda diaria. Firmes y ceremoniosos van refiriendo nombres y la
correspondiente numeración tal como figura en la placa de mármol expuesta en
el museo. Yo no puedo contener mi emoción al escuchar el número 11600, a la vez
que miro en mi brazo el número tatuado debajo del tryzub*.
Y la guerra, la guerra, que es lo que más se
rememora, nos convierte en nadie. Sólo muertos tirados en las calles y un
número total en el recuento.
*Imagen en forma de tridente de color dorado que figura sobre el fondo azul del escudo de Ukrania.
Texto: Alonso de Molina
Análisis. Javier Amable
Monólogo interno en que el protagonista reflexiona sobre su propia existencia y experiencias. Describe su rutina diaria de pasear cerca del río Dniéper y observar a la gente en un lugar conmemorativo de la guerra. A medida que interactúa con un joven y dos mujeres, se adentra en reflexiones sobre la vida, la memoria, la guerra y la búsqueda de la felicidad.
El texto aborda temas como la memoria, la identidad, la guerra y la insatisfacción personal. El personaje se siente olvidado y atrapado en un ciclo mental sin salida. Observa a las personas alrededor suyo, cuestionando la validez de los años vividos y la importancia de las relaciones humanas. Las descripciones de los personajes y las acciones son detalladas, aunque también se encuentran momentos de desinhibición y lujuria.
El relato culmina con la aparición de una patrulla militar y el protagonista identificándose con un número, aludiendo a su participación en la guerra y el sentimiento de deshumanización que esta conlleva.
La narración puede resultar intrigante para algunos lectores debido a varios aspectos del relato. En primer lugar, el protagonista es un personaje enigmático que no revela completamente su identidad ni sus circunstancias. Su estado mental y emocional no están claramente definidos, lo que puede generar curiosidad en los lectores sobre quién es y qué lo ha llevado a ese estado de sentirse olvidado.
Por otro lado, el relato presenta una serie de reflexiones filosóficas y existenciales que pueden plantear preguntas y provocar distintas interpretaciones. Temas como la memoria, la guerra, la búsqueda de la felicidad y la naturaleza humana se entrelazan en el monólogo del personaje, lo que puede generar discusión y suscitar el debate entre los lectores.
La ambigüedad en ciertos pasajes y las acciones inesperadas de los personajes también pueden generar intriga.
LO
CONTRARIO DE LA GUERRA (DESTRUCCIÓN) ES POESÍA (CREACIÓN)
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