sábado, 7 de febrero de 2009

Muerto de celos (Relato breve)

- ¿Es guapa? –Hermosa como pocas. El marido la pilló in fraganti con el jefe. A la chica le gustaba la buena vida, los regalos caros y él no podía ofrecerle ese ritmo de vida; finalmente, se veía venir, lo abandonó y se fue con el jefe. –¡Hombre! El dinero no lo es todo. –Terció Mariano–. ¿No será que el marido la tenía insatisfecha sexualmente hablando? –De todo puede haber –continúa Rafael–, ten en cuenta que, al contrario que él, ella es una mujer joven, atractiva y probablemente muy seductora, es posible que el marido tampoco la pudiera tener satisfacerla sexualmente, en la medida que la chica lo necesita, y por eso lo dejó, es lógico.

Mariano siente como si un reptil le bajara y subiera del pecho, traga saliva. En tanto se despide de Rafael, piensa en su joven y ardiente esposa: “Las últimas semanas llega más tarde a casa con la excusa de que va al gimnasio, discutimos con frecuencia, he visto nueva lencería en su tocador y además huele diferente”. En estos momentos Mariano, en un gesto inconsciente, ya se está pasando una mano por la frente y piensa en las veces que él mismo ha engañado a su mujer con una compañera de la oficina. – Nos tenemos confianza, sí, pero ¿por qué ella habría de ser diferente? Vuelve a pasarse la mano por la frente que exhala gruesas gotas de sudor mientras piensa en posibles adversarios: ¿El jefe, su monitor de spinning o será ese compañero de trabajo recién ascendido, o tal vez su ginecólogo? –¡Hum! Nunca me gustó cómo ese maldito galeno se le quedó fijamente mirando a las piernas. Mariano vuelve a tragar saliva mientras el viento le golpea de frente como una fría y cortante cuchilla.

De camino a casa un semáforo en rojo lo detiene. Es un cruce y observa con estupor cómo lo atraviesa un moderno auto con una pareja dentro. – ¡Es ella, es ella! Trata de girar para perseguir al coche, pero el semáforo vuelve a verde y la densa circulación se lo impide. Con gesto contraído decide aparcar el vehículo y tomar unas copas. Imagina a su mujer y al tipo haciendo el amor, ambos jadeantes. Desesperado, como un perro perdido en la noche, siente que la tierra se abre bajo sus pies; se figura el ridículo, las miradas burlonas de los amigos y se sumerge en el alcohol.

En esa difusa línea entre la sobriedad y la angustiosa desmesura, se le avienen todo tipo de imágenes. Su cabeza es un bullir de chimeneas expeliendo humo y, entre el humo, flores blancas, tal vez jazmines, esos que a ella tanto le gustan. Aprieta los dientes con los ojos puestos en ninguna parte, se le inflaman las venas del cuello y, sin saber cómo, le llega un intenso olor a incienso. Imagina a su esposa dejándose desnudar por el sujeto. Una y otra vez traga saliva suponiendo las manos del otro recorriéndole la espalda, los pechos, las nalgas… se pregunta qué ha hecho mal, si acaso no le está dando todas las atenciones que ella merece… y la sospecha gimiendo, echando la cabeza hacia atrás y expandiendo el pecho hacia delante, hacia la boca del otro… bañado ya en alcohol, con el puño en forma de martillo, da un fuerte golpe en la mesa y se pone en pie, huyendo alterado hacia la calle con el rostro bañado de sudor.

Tic tac tic tac. Son las 02:00 de la madrugada. Él llega a casa. La chica duerme con normalidad. La mira con ganas de estrangularla, pero decide no molestarla y se queda en el sofá. El alcohol le ayuda a conciliar el sueño. Despierta. Frío y calculador se dirige a la cocina y prepara un abundante desayuno. Se dirige a la habitación conyugal, su esposa se está despertando. Él la besa. Le habla suave, dulce, conciliador. Ella se disculpa. –Me quedé dormida esperándote, ¿dónde estuviste? –Nada, cielo, me retrasó el trabajo y cuando llegué dormías tan profundamente que no quise despertarte, por eso me quedé en el sofá. Te he preparado un buen desayuno. - ¿Has preparado el desayuno, esto sí que es una sorpresa? Mariano regresa con una bandeja repleta de variadas viandas: café, zumos, tostadas, frutas… – Mmmm ¡qué bueno! La chica de un trago bebe un largo vaso de zumo de naranja, a continuación, unta una tostada y la devora entre risas. –Cariño que sorpresa más agradable, desayunar en la cama, espero que no sea la úuuultimmmmaaaaaaaaaa vezzzzz. Cae sobre la bandeja. El veneno había actuado rápido. Mariano toma café. Zumo. Tostada. Se sitúa al lado de la chica. La abraza y se dispone a morir junto a su amada.

-Gracias a Dios que despiertas por fin. - ¿Dónde estoy? -Tuviste suerte, tal como habíamos quedado por la noche al salir del gimnasio, pasé por tu casa para ir juntas al trabajo. Me extrañó que no estuvieras lista y sobre todo que no atendías el timbre de casa. Tampoco cogías el teléfono y tu perrito no paraba de ladrar. Acudí al portero que no te había visto salir a ti ni a tu marido, así que decidió abrir la puerta y os encontramos echados en la cama inconscientes; de esto hace ya tres días. - ¿Y Mariano, él dónde está? –Lo siento querida, a ti te salvamos. Con él no llegamos a tiempo.


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©Alonso de Molina