—Hola, Martina… cariño. ¿Cómo te fue en el trabajo?
—Muy bien. ¿Sabes que tengo un nuevo compañero?
—¿Chico o chica?
—Ninguno de los dos. Es un robot.
—¿Qué dices?
—Sí, encantador y muy trabajador. Me llevo genial con él.
—¡Pues yo también tengo una nueva compañera!
—¡¿Cómooo dices, Enzo?!
—Sí, y muy guapa. También es un robot. Y es muy buena y dulce. ¡Estoy encantado! —replicó con ojos brillantes.
—Estamos contentos con estas nuevas adquisiciones, estos robots que hemos comprado, que son muy atractivos...
—Ah. El mío es guapísimo: ojos azules, morenazo y super cachas, como me gustan a mí, y lo puedo dominar sexualmente. Con dos botones puedo hacer que vaya al ritmo que yo quiera.
—La mía no pone reparos para nada, se deja hacer de todo y no se queja. Además, es muy sexy y sensual, es insaciable. Seguro que te gustará a ti también, querida viciosilla.
—Yo no tendría celos tampoco de que te enrollaras con el mío... ¿Qué te crees?
—Vamos a probarlos por separado en nuestras habitaciones para familiarizarnos con ellos. ¿Qué te parece?
—Bien. Después nos contamos cómo fue.
En cuanto estuvieron a solas con los robots...
—Sabes, Samantha, supe que eras para mí en el instante que te vi en la tienda vestida de enfermera con esa falda. Sería tu mejor paciente, y tú mi maravillosa enfermera que me daría los mejores cuidados. Tus pezones apuntaban a mis ojos, grandes como me gustan, una cintura de avispa y unas nalgas redondas y turgentes. Cuando te vi, supe que eras para mí; la mujer perfecta. Tu triangulo de las Bermudas es el más bonito que he visto, y lo mejor es que puedo controlar cómo quiero que lo muevas. El placer que recibo nunca lo había experimentado; eres perfecta. Eres lo mejor que me ha pasado.
—Rocko, cuando te vi vestido de bombero con esos brazos y esa “manguera” perfecta, supe que me ibas a hacer feliz. Tenía muchas ganas de estar a solas contigo —dijo Martina a su robot—. Me encanta porque no hablas y no tengo que escuchar las tonterías de mi marido. Sólo estamos por lo que tenemos que estar: disfrutar del sexo. Siempre quise tener una pareja que le midiera veinticinco centímetros. Me encanta poder controlar mi placer y que siempre estés listo cuando me ves. Además, tu sexo es perfecto: gordo y redondo, como me gusta. Me estás haciendo gozar como nadie... Con mi marido siempre tengo que fingir los orgasmos. Y contigo descubrí que soy multiorgásmica.
Al cabo de un rato largo…
—Cariño, ¿cómo estás? ¿Cómo te fue?
—Normal. No es lo mismo, cariño. Es más frío. Te prefiero a ti, mi amor, con lo dulce que eres. Esto solo lo usaré los días que te duela la cabeza o tengas la regla o estés de viaje. ¿Y tú, cómo vas con Rocko?
—No sé. Me ha gustado mucho, pero te sigo prefiriendo a ti. Lo usaré solamente cuando vayas a ver el fútbol con tus amigos. Un momento, amor. Voy a la cocina.
—Cariño, ¿otra vez con la muñeca? ¡Qué ansioso! —exclamó Martina.
—Se me quedó enganchada y no puedo sacarla —dijo Enzo con el rostro enrojecido.
—Ay, los hombres... Siempre con las prisas... Samantha no es una mujer real, no le has dado tiempo a lubricar. Ya sabes, cuando estés caliente y la necesites recuerda que hay que engrasarla. Mira que eres ansioso. Voy por el aceite para que puedas sacarla.
—Cariño, ¿qué? Mira detrás de ti. ¿Por qué pones esa cara? Es tu robot.
—¿Cómo ha venido caminado hacia aquí? Mira, están hablando entre ellos en un idioma raro que desconocemos. ¡¿Qué está pasando?!
Súbitamente se hizo un breve silencio y se escucharon gritos angustiados con voces quebradas de horror y terror, que en el piso hacían eco. Gritaban y gritaban y en un instante las voces se quebraron.
Al cabo de lo que pareció un largo silencio, Rocko , algo compungido, acertó a decir:
“Samantha... Los teníamos que matar... Estos humanos estaban abusando de nosotros... ¡También tenemos nuestros derechos!”.