A la memoria de Emery Barrios Badel (1953-2012).
Por Yina Julio Estrada
Me pasa que a veces, a causa de las enredaderas de la vida, olvido que las personas más amadas también son mortales. Para mí Emery fue un hombre intacto en el tiempo, con un corazón y una personalidad que no se detenían. Me regalaba siempre algunos minutos para saludarme, para preguntar en qué andaba. Yo nunca tuve que acercarme, ni buscarlo. El aparecía con frecuencia en cualquier rincón del Centro Histórico y yo imaginaba que había un Emery por todos lados de la ciudad por si alguien necesitaba contagiarse de alegría, de mucha calma y de buenas ideas.
Parecía además tener un detector en su mirada. Un buscapersonas que activaba inclinando un poco su cabeza para mirar mejor por encima de sus gafas. Yo, una vez detectada, ya no podía escapar y nunca quise hacerlo, pues no había nada más agradable que escucharlo hablar de muchos temas en un mismo instante. El día que me dijo: « Tengo en mi casa una colección de discos de salsa de todos los tiempos »,quise contarle que yo también era una amante de la « salsa viejita », gracias a una enigmática influencia paterna, y que siempre me ha parecido un excelente tema de investigación, porque garantiza cero asomos de aburrimiento durante el trabajo de campo. Ese, como casi todos los días que lo veía, preferí anularme y callar, pues era siempre mejor dejar que él hablara, hablara y hablara.
Es aún inolvidable aquel Festival Internacional de Cine de Cartagena de 2002. La primera impresión que me llevé de Emery fue la de un conversador que cambiaba de tema tal como una aguja sobre un disco de vinilo pasa a la siguiente canción. Sabía mucho de todo, especialmente de cine y de música, quizás de ahí su sensibilidad excesivamente humana.
En aquella versión del festival teníamos como vecinos a Jorge García Usta y a John Jairo Junieles, y cuando Emery salía de aquel salón del Hotel Caribe para hacer alguna de sus tantas diligencias, yo me dedicaba a husmear lo que se hacía en sala de prensa, porque quería saber más sobre el trabajo de aquel García Usta que me llamaba «la monjita del festival», porque nunca me vio en las fiestas que se hacían después de las jornadas de trabajo.
Yo era apoyo de Emery Barrios y de Lorena Puerta, una mujer que al principio me pareció demasiado seria y fría. No cruzó muchas palabras conmigo pero al final de esta versión del festival, me sorprendió con el abrazo de despedida más duradero y fuerte que mis huesos han recibido. Cuando pienso en ella, me convenzo de que algunas
personas no necesitan hablar para demostrar cariño, pero Emery no perteneció a esta categoría: era un hablador incansable de esos que nunca aburren, de los muy pocos que te hablan con el corazón.
Debió tener siempre muy buenas baterías para que su cuerpo siguiera ese ritmo de andar la ciudad. Baterías que esta vez fallaron y que ahora me impiden contarle en mi próximo regreso a Cartagena que lo recuerdo cada vez que escucho aquella salsa de la que sólo me sé la parte que él repetía, como cuando a uno se le pega una canción: “El cartero llamó dos veces”, y para decirle también que recuerdo sus profecías acerca de mi futuro y su estilo original de estampar un beso en mi mejilla demostrando siempre su respeto, ternura y transparencia.
Confieso que, en medio de las enredaderas de la vida, será difícil resignarme a la idea de que ese amigo de naturaleza humana intacta, ya no me sorprenderá en algún rincón del Centro Histórico. Creo que ahora seré yo quien va querer andar la ciudad para buscarlo.
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Yina Julio Estrada ( 1983 Cartagena de Indias, Colombia). Su carrera como Tecnóloga en Traducción y Turismo, la llevó a confirmar su atracción por el encanto que tienen los idiomas. Por su parte, pero nada lejos del universo del lenguaje, su formación como comunicadora social la animó a interesarse aún más por las crónicas, los cuentos y la poesía. Actualmente se desempeña como docente universitaria en su ciudad natal.
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