Ser poeta no es una
ambición mía,
es mi manera de estar
sólo.
Fernando Pessoa
Aquí, postrados,
en este hotel de viejos.
Es una mesa gris
con los espejos vencidos
y mi cara inaccesible al tiempo,
borrosa.
Y enfrente,
sobre el mantel oscuro,
observa su plato María
en tanto eleva un codo
y bebe la cerveza que sostiene en su
mano,
en una botella también oscura.
Yo me substraigo tocándome el
mentón,
mi barba hoy luce decente
como la
habitación de un pobre.
Son años de vello blanco, abiertos,
transparentes como una persiana
cuyas lamas
no ajustan.
Toco otra vez mi barba,
mis labios se contraen al paso de
los dedos,
mi boca parece saqueada,
penosa como un hijo mal engendrado,
pero es infinita
como las agujas de un reloj
camino de una historia terca.
No acierto a distinguir el
sabor del plato.
Comparto las horas en vano
como un alfarero que construye un
rosal
prolongando en sus manos la arcilla
del desierto.
Enfrente, Alicia, engulle algún
bocado
-un trozo de molusco-, observa sus
tentáculos
y se imagina el mar indeciso en su boca,
con todas las esporas lentamente
apagándose.
Es algo alquímico observar su
contrariedad.
La herrumbre es un pecado
en el candor
del hombre.
Casi lista la segunda edición de
La
insaciable verdad de la verdad
Alonso de Molina
Poesía
del Siglo XXI
Colección Poetas de Hoy
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