El invierno se instala oficialmente, mis fibras encogidas se rebelan, no hay Navidad que cien años dure pero ya van más de dos mil y no tiene esto pinta de escampar, la música, las luces, las sonajas te acaban rodeando y para no caer te metes en un globo y te das una vuelta por dentro de tu cabeza a ver si allí te encuentras, recorres los pasillos, abres los armarios, recolocas ideas viejas al lado de las nuevas y si no fuera por el color amarillento de las viejas se diría que son las mismas solo que ahora encoges más el estómago y la sed te llega más de tarde en tarde, soportas mejor las travesías y casi te has habituado a la canción callada de los árboles y a esas largas llanuras de la tarde en que miras al techo y observas que efectivamente te duele el pelo, pero que es la coronilla la que te tiene inquieto, que ya está bien de ser súbdito y afónico, de tener la frente blanca y los ojos sonámbulos, que yo busco la luz de los rosales y el paisaje florido de la nieve, que yo busco el silencio en la palabra y una casa repleta de campanas.
Ahora veo posarse quietas en los alambres abejas que suspiran en una huida interminable.
Navidad 2013. Nada ha cambiado en este 2020
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