A
todas las personas que, habiendo sido tocadas en lo físico, han conseguido
mantener su espíritu en lo más alto
Perdona
amor si llego tarde, pero ahora que te has ido, te lo vengo a decir.
A
ti y a mí nos eligió el relámpago a los pies de la luna, ofreciéndonos los
cantos y los besos. Fuimos dos rostros que, en la quietud de la noche,
escurríamos los huesos dibujando campanas. Éramos de mirarnos a los ojos para
ver el agua y la naciente flor que florecía a cada espasmo. Florecíamos en la
piel de la manzana fabricando infinitos.
Tú
inundabas mis formas con saliva, y mi lengua -como un pez escurridizo- se
avenía en tu vientre deshojando los poros, los huecos, los minutos. Yo
celebraba tu cuerpo con un silencio verde que, abrazado a mi estrella,
pretendía del bosque la gema y tus gemidos.
Tú
siempre te quejabas de tus piernas flacas, pero a mí me encantaba tu pelo
revuelto. En cambio, estabas orgullosa de tu bien perfilados abdominales y de
la esbeltez de tu espalda. Yo era el pícaro que apoyaba la cabeza en tu pecho y
algún poema incluso me atreví a escribir en tus nalgas. A veces los domingos,
los sábados incluso, traspasábamos la noche encendiendo los lirios, y todas las
frutas, los gatos, las farolas… ardían como nosotros y, al calor de tus ojos,
tu locura y la mía se inundaban de éxtasis.
Sí.
Fue una bella locura que nos mantuvo cuerdos tomados de la mano. Te recuerdo en
las noches de verano en la playa. Discretamente
nos besábamos y entre cuchicheos nos referíamos a ese puñado de extraños que se
colaban en nuestras vidas. Confieso que ya me estaba hartando muy mucho de
Nietzsche, Borges, Neruda, Sabina y tantos otros entrometidos que se ponían a
fisgar en nuestros momentos más íntimos. O ese viejo indecente que salía a
pasear al perrito cada vez que íbamos a la playa para besarnos.
¡Ah!
esas noches de mar con el apacible runruneo de las olas, el brillo tenue de las
farolas del paseo marítimo, el olor a yerbabuena cuando regresábamos a casa con
la ropa desarreglada y más excitados aún de lo que habíamos salido, íbamos
directos a culminar el día, y nos daban las dos o las tres de la mañana y
Keroauck, Bukowski y toda esa generación de desalmados se nos acoplaban en
medio de la cama. Teníamos, sí, que
compartirlo todo. El amor y los insidiosos comentarios que nos provocaban tantas
lecturas ociosas mientras, tú y yo, no sé de qué manera, atravesados en el
colchón hacíamos el amor tratando de despistar a las visitas inoportunas de tantísima
gente holgazana, y nos mirábamos a los ojos con las manos y los cuerpos entrelazados. Disfrutábamos a solas, sencillamente, de lo que más nos gustaba:
leer y leernos el uno al otro para a continuación morir y despertar otra vez
juntos.
Pero yo no sabía que la angustia, la tristeza
y el dolor, pudieran tener cabida en nuestro amor. Yo decidí amarte porque
estaba enamorado de ti, y sabía que tú también me amabas. Te dejabas querer y
yo crecía contigo al tenerte en mis brazos. Y estaba convencido de que el amor
no duele ni traiciona.
Tenías
tú la sonrisa más dulce que iba repitiéndose de la mañana a la noche. Parpadeabas
nerviosa ante un tiempo que presentías ahogado. Llegaron días como inviernos
fríos. Las miradas estériles recorrían los pasillos, el salón, la cocina…
también se ajustaba a nuestra cama... y a todos los rincones donde nos habíamos
besado con el corazón latiendo de locura y la tierna devoción de la entrega sin
límite.
Toda
tu fuerza, tus ganas de vivir, no han sido suficientes para vencer a ese peyorativo, estigmático e innombrable
eufemismo, a esa cabeza de avestruz que no nos atrevemos a nombrar.
Agonizaron tus dedos ahogados en lamentos y el tiempo nos fue diluyendo en
desconsuelos. Y te has ido. Sin tú quererlo me has abandonado. Y yo no pude
hacer nada por impedir tu marcha. Ya no puedo tañer campanas de amor ni de
victoria.
No
entiendo la vida sin tenerte. Estás dormida, sí. Pero sigues conmigo. Y si un
día despertaras me iría contigo al infinito.
Eternamente
en mí
Tu
amor de siempre
Imagen by kai kalhh . Hamburg/Deutschland
#hombresyalgunasmujeres
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