Las Negras- Cala San Pedro
Cuenta la leyenda que los pescadores, un mal día, se hicieron a la mar y tras una mala tempestad murieron todos los hombres embarcados.
Después de esta tragedia, las mujeres de los marineros, dedicadas a la agricultura y al pastoreo, no tuvieron más remedio que subsistir vendiendo sus productos en las poblaciones vecinas. Las mujeres iban todas enlutadas de ahí el nombre que le dieron sus vecinos "Las Negras". Crearon este nuevo asentamiento, condicionado el nombre por el color del luto de sus primeras pobladoras.
Otra versión, es que el nombre del asentamiento proviene del denominado Cerro Negro que resalta en la parte occidental de la cala, una gran masa de material volcánico de color oscuro, que por efecto de la erosión ha esparcido sobre el mar y la costa restos volcánicos, piedras y guijarros de color pardusco.
Desde Las Negras accedemos a una pista de tierra (antiguo camino de pescadores entre las aldeas de Agua Amarga y Las Negras) que bordeando el mencionado Cerro Negro que impera sobre el acantilado, nos conduce hasta la famosa Cala de San Pedro, donde también existe las ruinas del Castillo de San Pedro y una fuente de agua potable (la única fuente de agua potable de la zona), codiciada por los piratas que, en la antigüedad, continuamente asediaban a sus moradores para apoderarse de la privilegiada demarcación. A Cala San Pedro solo se puede acceder caminando a través de citada pista que parte de Las Negras, por otra pista desde Agua Amarga o en embarcación por mar.
En la excursión de hoy, por fin, hemos hallado breves extensiones de las pretendidas amapolas que veníamos echando en falta en otros páramos del Parque Natural Cabo de Gata. También conocidas con “adormideras” por los efectos narcóticos que se encuentran entre sus atributos, antiguamente las amapolas eran usadas con fines medicinales por sus propiedades balsámicas y paliativas en cualquier tipo de dolor o malestar.
Cala San Pedro. Sueño y Quimera
Para romper la luz,
el viaje se origina con un paso primero.
Regresarse al desierto,
al tiempo originario,
huir de espejismos
que detienen los días
sin malvender el alma
por gérmenes inmóviles,
recogiendo la flor
perdida en los espejos.
Es el momento del retorno a la higuera,
al parral y al olivo, a la flor del naranjo,
al granado y al níspero.
Casas antiguas, tierra complaciente
y la perenne arena
creyendo en tus pisadas.
(Podría rescatar leyendas, chantajearme, descontar los minutos en que se abaten las promesas hacia el exilio con las manos hundidas en un diamante hambriento de emociones. Y podría doblar la lluvia con mi sangre, en aquel manantial donde la piedra y tu piel soportaron silencio y abandono).
El cielo se ilumina
plantando a los relojes.
Una mujer celebra la burla de las horas.
En su albergue sagrado,
escucha el grito de la fuente
y se alinea con el agua,
debe encontrar consuelo
doblándose en la luz.
Nunca tanto, la sal ni la semilla,
llevaron hacia el mar
la llama en su pureza.
(A menudo tu casa son esos cabellos grises que van poblando tus sienes. No podrías beber la noche ni confiarte al destino; la mordedura de una perfidia, como la parca, se llevó los días y el calor de la grava; no hay quietud sobre el manto mineral, tampoco las estatuas de piedra que adornan las murallas van a cobrar la vida por ti).
Una hemorragia inexpresiva,
mirando al cielo, permanece
anclada en espejismos,
viendo pasar la vida delante de sus ojos.
Es un tiempo sonoro,
un pedernal tallado en fantasías
que, párvulas, empujan
sus pompas al vacío;
sin arcillas que purguen en tu cuerpo
la ola elevará sus manos
y ocultará la sal.
(Yo podría hacerla sentir la noche, que perdiera el juicio y el dolor; que imaginara el miedo y la mentira del infierno.
Sentí mucha hambre mientras devoraba al mundo buscando un nombre para mi fe: decir te amo sin lastimar la luz; no todos quieren amor, no piden celebradas ofrendas ni prometidas primaveras.
Sólo el fuego promete ignición debajo de una melodía sin promesa de oxígeno, solo el futuro aguarda para quemar los juramentos).
Entre tus pasos y una estrella
el valle albergará tu sino junto al polvo;
un cielo tan delgado
como el ladrido de un perro,
volcará por tus gritos
toda la tierra oscura que te forma.
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